miércoles, 23 de marzo de 2011

MANOS DE MUJER

Como pájaros inquietos
manos blancas de mujer.
Manos que guían tu vida
ayudándote a nacer.

Acarician a los hombres
desde su tierna niñez,
amantes y cariñosas,
sublimes en la vejez.

Manos trabajadoras,
fuertes en el sufrimiento.
Manos longevas y añosas,
sufridas en mucho tiempo.

Acarician cuando penas,
dando aliento a tu dolor.
Esas manos de mujer
que te han dado tanto amor.

Suaves como la seda
o curtidas por el viento,
unidas estarán a ti,
como la vid al sarmiento.

Mariposas saltarinas,
manos blancas de algodón,
que cerrarán las heridas
abiertas por el amor.

jueves, 2 de diciembre de 2010

En sus cuerpos, brillantes por la luna
se reflejaban las huellas del deseo.
Pasión y frenesí
que turbaban los sentidos y los sueños.
Eran sus besos golondrinas errantes,
suspiros clandestinos,
al compás de palpitantes latidos.
Tránsito fiero, aceleró sus vidas
al camino infinito.
Pócima cruel en la copa maldita
escanciada por mancillada mano.
Amor burlado. Cruel venganza.

CUENTO PARA NAVIDAD

Declinaba la tarde y las sombras del anochecer se fundían con los copos de nieve que empezaban a caer sobre el pequeño pueblo. En sus inmediaciones, una mísera cuadra aún guardaba el calor procedente de los animales que allí se resguardaban. En el lugar, un buey y una mula se calentaban con el vaho que aún salía de su boca y nariz.
- Buena la ha hecho nuestro amo, dejándonos aquí, con el frío que hace debería habernos llevado al corral de su casa, donde se estará más calentito - murmuró el buey.
La mula asentía con la cabeza y sus ojos tristes miraban fijamente al buey.
- Parece que esta noche va a ser una de las más frías y nosotros casi a la intemperie, con estos tejados medio derruidos, por los que entra la nieve que nos dejará helados – contestó la mula.
Los dos animales después de comentar sus desdichas, comieron algo de paja que aún quedaba en el pesebre y comenzaron a cerrar los ojos. Un sueño inesperado empezó a embargarles.
Transcurrido un tiempo, cuando la noche inundaba toda la cuadra, una potente luz, inundó de pronto, todo el lugar. Asombrados los animales, despertaron de su letargo y se miraron inquietos.
El buey fue el primero en hablar:
- ¿Qué ha sido eso? – preguntó asombrado a su compañera.
La mula, asustada no pudo contestar. Aquél resplandor era inexplicable.
De pronto, en el marco de la puerta, se recortó la figura de un menudo borriquillo, que iba guiado por un hombre mayor, de larga barba y vestido muy humildemente. Encima del borrico, una joven mujer, en avanzado estado de gestación, se sujetaba para no caerse. Los dos animales, asombrados por tal aparición, quedaron paralizados. El hombre ayudó a apearse a la joven y ésta, con dificultad, se recostó sobre el pesebre. El borrico se quedó en la puerta de la cuadra, como si esperara un acontecimiento.
La pareja se acomodó, lo mejor que pudo en el suelo cubierto de paja.
Según transcurría la noche, los suspiros de la joven eran más fuertes. De pronto la luz se hizo mucho más intensa y pareció como si el sol entrara directamente en la cuadra. Los tres animales se miraron sorprendidos y al poco tiempo escucharon los llantos de un niño. Al momento, se dieron cuenta que la mujer había alumbrado una criatura, de la que emanaban deslumbrantes rayos.
El borriquillo miraba embelesado lo que pasaba, pensando que él había sido protagonista de algo extraordinario. Volviendo su cabeza hizo intención de salir, cuando la voz del buey interrumpió su marcha.
- ¿Qué haces? ¿No pensarás marcharte con el frío que hace?.- La mula asentía moviendo su cabeza.
- Yo ya cumplí mi misión, ahora vosotros sois los protagonistas y se hablará de vosotros por los siglos de los siglos. Sin embargo, de mí, un humilde y viejo borrico, nadie se acordará – el animalito se dirigió a la puerta y miró, por última vez, al recién nacido. Hasta le pareció que éste le sonreía.
Salió a la fría noche y blancos copos se enredaron en sus pelos. Observó como hacia la cuadra, se iban acercando humildes pastores, que en silencio miraban al Niño. Continuó su camino siguiendo el resplandor de la estela de una estrella, más brillante que las demás. Llevaba un camino recorrido y ya la nieve cubría su cuerpo, cuando sintió que sus patas se elevaban del suelo. No sabía que ocurría, estaba tiritando de frío y al momento, una templaza se apoderó de su cuerpo. Suaves manos le elevaban, cada vez más arriba hasta depositarle en una nube. Desde allí, dominaba todo el terreno bajo sus patas y pudo ver como un resplandor salía de la cuadra e iluminaba toda la tierra de alrededor. Los pastores con sus rebaños seguían en la puerta y en la lejanía contempló una lujosa caravana, que sobre camellos se acercaban al Niño recién nacido.
Sonrió el burrito y pensó que en su viaje debía haber llevado a gente importante. Volvió a sentir las manos que, de nuevo, le elevaron por encima de las nubes y una solemne voz, le decía:

“Ellos, serán siempre recordados, pero tú vivirás a mi lado toda la Eternidad”

Andrés Tello – Diciembre 2010
Quise saciar mi sed
en tu pozo de agua cristalina.
Pedí que un rayo de tu luz
alumbrara mi vida.
Soñé una noche de amor
con suaves melodías.
Mis manos acariciando
las líneas de tu cuerpo.
Deseé que no hubiera
un mañana.
A través de los cristales
alumbró un nuevo día
Quise seguir soñando
y el sol, ese intruso,
osado y atrevido,
despertó mi corazón dormido.
No calmé mi sed,
ni se alumbró mi vida,
tampoco escuché suaves melodías,
tu cuerpo no acariciaron mis manos,
esperé que llegara la noche.
De nuevo volveré a soñar.

Andrés Tello
Diciembre 2010

sábado, 27 de noviembre de 2010

La buganvilla bajaba
por la pared hasta el suelo,
la tapia, llena de flores
un arroyo en el lindero.
Cerca de esta maravilla
una niña y un almendro,
a su sombra está la niña,
el almendro floreciendo.
La niña tiene en sus manos
la carta que está leyendo,
habla la carta de amores,
de un amor, que está muy lejos,
la niña se pone triste,
el almendro floreciendo
Lágrimas que van regando
las raíces de su cuerpo,
brotando están de sus ramas
las flores del desencuentro.
Sigue llorando la niña,
el almendro, floreciendo.

Andrés Tello
Noviembre 2010

viernes, 26 de noviembre de 2010

PALABRAS, PALABRAS

Palabras que rompe el viento
y las invita a volar
buscando página en blanco
donde poderse posar.

A un poeta preguntaron
si una página llenar
le costaba algún dinero,
él no tardó en contestar :
en dinero casi nada
pero en sentimiento más

Las palabras, hojas secas
que van de acá para allá
frágiles y delicadas
sin saber dónde caerán.

Por eso, me es tan difícil
una página llenar
y hasta que le pongo fin
las palabras veo errar.

Es una satisfacción
finalizar el empeño
siento que ya no son mías
y que ya no tienen dueño
se aman, pero se pierden
son, páginas por un sueño.


Andrés Tello

Publicado en la Revista Literaria Oriflama, nº 17, de diciembre 2010

HALLOWEEN

Las ramas de los árboles tapaban el camino. Alan, siguió andando apartándolas con las manos. Mientras lo hacía, pensaba que no había sido buena idea llegar hasta allí. La humedad del suelo, a causa de la cercanía del manglar y la espesa niebla que empezaba a descender, tiñéndolo todo de gris, hizo sentir su cuerpo empapado. Volvió a pensar que había sido una locura internarse en aquel terreno tan peligroso cerca de los pantanos, pero ahora tampoco quería volverse atrás. Todo había comenzado unas horas antes, cuando conoció a Loretta.

Por la mañana había tomado el avión que le llevaría a Nueva Orleans. El director del periódico donde trabajaba,
le enviaba a la ciudad sureña para que escribiera un artículo sobre la noche de Halloween, que allí se celebraba.
Sus compañeros de la redacción se rieron de él, porque consideraban que, al ser el más joven de la plantilla, el jefe le gastaba una novatada, puesto que consideraban aquel trabajo idóneo para un principiante.
A su lado, en el avión, se sentó una señora bastante mayor, elegante, que en su modo de hablar no podía negar su origen del sur.
Durante los primeros momentos del viaje no hablaron nada, pero cuando el vuelo se estabilizó, la señora comenzó a preguntar a Alan sobre cosas sin importancia, hasta terminar preguntando por el motivo de su viaje a Nueva Orleans. El joven contestó a todas las preguntas de la señora, fascinado por la elegancia de sus maneras y su forma de hablar.
A la dama le llegó el turno de contar su propia vida. Sus abuelos habían tenido esclavos en la plantación que poseían cerca de los pantanos y ofreció a Alan la posibilidad de visitarla. Allí, tendría ocasión de poder escribir sus historias de Halloween, sobre muertos vivientes y ceremonias de vudú, que aún se practicaban clandestinamente. Le entregó su tarjeta con la dirección de la plantación y momentos antes del aterrizaje se levantó del asiento para ir al lavabo.
Alan, no volvió a verla durante el corto trayecto que quedaba y se extrañó cuando a la llegada al aeropuerto Louis Armstrong, de Nueva Orleans, la señora aún no había aparecido y tampoco la vio entre los pasajeros que descendieron del aparato.
Alquiló un coche para ir a la ciudad y según llegaba se sintió trasladado a la vorágine que se vivía en sus calles. El tumulto de personas que transitaba por ellas estaba compuesta de personas disfrazadas. Había vampiros, fantasmas, Frankenstein, verdugos con sus hachas chorreando sangre, zombies moviendo sus cuerpos pausadamente…….
Abriéndose camino con el coche entre aquella multitud, llegó a su hotel, próximo a Bourbon Street. Recogió la llave y subió a su habitación, mientras ascendía en el ascensor, no pudo reprimir una sonrisa al recordar al recepcionista del hotel que le había atendido. Un hombre rechoncho, disfrazado de esqueleto, en el que las costillas parecían querer reventar a causa de la barriga del individuo.
Descansó un rato en la habitación y bajó a la cafetería a tomar algo. Después se puso a repasar un periódico, sentado en un sillón del vestíbulo. Casi de noche, salió a la calle, donde el estruendo era total. La gente gritaba, unos emitían gruñidos de animales y otros aturdían con sus lamentos y ruido de cadenas que arrastraban. Además, pequeñas bandas de músicos tocaban sus instrumentos a cada paso, arremolinando a la gente que les escuchaba.
Alan, comenzó a andar si rumbo fijo, observando lo que ocurría para poder plasmarlo en su artículo. Mientras caminaba entre el tumulto le vino a la cabeza el recuerdo de la misteriosa señora del avión, que había desaparecido misteriosamente. Sin darse cuenta, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y encontró la tarjeta que le había entregado, leyó su contenido:

LORETTA GRANIER - Plantación PETITE MAISON - Manglar BAYOU

Siguió caminado durante un rato entre la gente que inundaba la calle y al final tomó una decisión, iría a visitar a su extraña compañera de viaje. Después de todo, se interesaba por su salud y le había dicho que allí encontraría tema para su artículo. Tomó el coche del garaje del hotel y consultó en el mapa que había en su interior. Localizó en el mismo, el Manglar Bayou y hacia allí se dirigió.
La noche era gris a causa de la niebla y a unos cuarenta kilómetros de la ciudad pudo ver el cartel que anunciaba la desviación al Manglar. Aparcó el coche en el borde de la carretera y andando, se dirigió al camino señalado.

Después de los primeros metros, el camino se hacía más intransitable. Las ramas de los árboles se enganchaban en su ropa y parecían querer sujetarle para que no continuara. Deseaba seguir, a pesar de que los ruidos de la noche le causaban más de un sobresalto. Las ranas, croaban en el cercano pantano, pequeñas ratas y ratones corrían entre sus pies, el graznido de las aves nocturnas sobresalían por encima de los demás ruidos y el aleteo de algún insecto sonaba cerca de sus oídos. También se escuchaba el chapoteo de los cocodrilos al sumergirse en las pantanosas aguas.
El joven se detuvo un momento y pensó si debería volverse al coche, pero en ese momento notó, que algunos metros por delante de él, algo luminoso se movía. Intentó seguir hasta la aparición, pero al empezar a andar, algo le sujetaba por su camisa y no le dejaba avanzar. Mantuvo la calma y tronchó la rama que le había sujetado. La figura luminosa iba tomando forma humana según avanzaba hacia ella. Cuando estuvo cerca, tragó saliva, porque no le parecía verdad lo que veía. Delante de él, apareció la silueta etérea de una mujer, vestida con una túnica blanca. Aunque ya era noche cerrada, la mujer resplandecía como si un rayo la estuviera iluminando. Inmóvil por la aparición, Alan sentía como sus piernas temblaban ante aquel espectáculo, pero se armó de valor y siguió adelante. Después de todo le habían enviado allí para escribir algo sobre la noche de Halloween y aquello era más de lo que él esperaba.
Después de andar un rato iluminando el camino con la linterna que había cogido del coche, observó que nunca llegaba a alcanzar a la extraña figura. Momentos después, la mujer paró delante de unos restos de verja de hierro oxidado y retorcido, a cuyos lados había, lo que deberían ser las columnas que sujetaban las puertas de la plantación, enfocó la linterna hacia un trozo de madera que había en el suelo, donde podía leerse Petite Maison.
Ahora la figura, que había dejado de moverse, se puso en marcha otra vez. Resuelto a hacer frente a lo que pudiera venir a continuación, siguió la estela de la mujer, hasta dentro de la plantación, pero lo que pudo ver fueron las ruinas de una grandiosa mansión colonial, que hacía muchos años debió se esplendorosa.
La extraña figura volvió a pararse y el joven avanzó hacia ella. Sin darse cuenta, tropezó con la raíz de un árbol, que le hizo caer al suelo, escapándose la linterna de su mano. Levantando del suelo la cabeza, miró hacia donde la linterna lanzaba su luz y vio la imagen de la mujer apoyada sobre una losa, sonreía y Alan, alucinado, creyó
reconocer en sus facciones, a su vecina de viaje. En la lápida donde ella se apoyaba, pudo leer:

LORETTA GRANIER – Noche de Halloween – 1870.

Fuera de sí, en las entrañas de la noche, sintió sobre su cabeza el ulular de un búho, hasta escuchar los chillidos de una pequeña ave, atrapada entre las potentes garras de la rapaz.

Andrés Tello
Noviembre 2010