jueves, 2 de diciembre de 2010

En sus cuerpos, brillantes por la luna
se reflejaban las huellas del deseo.
Pasión y frenesí
que turbaban los sentidos y los sueños.
Eran sus besos golondrinas errantes,
suspiros clandestinos,
al compás de palpitantes latidos.
Tránsito fiero, aceleró sus vidas
al camino infinito.
Pócima cruel en la copa maldita
escanciada por mancillada mano.
Amor burlado. Cruel venganza.

CUENTO PARA NAVIDAD

Declinaba la tarde y las sombras del anochecer se fundían con los copos de nieve que empezaban a caer sobre el pequeño pueblo. En sus inmediaciones, una mísera cuadra aún guardaba el calor procedente de los animales que allí se resguardaban. En el lugar, un buey y una mula se calentaban con el vaho que aún salía de su boca y nariz.
- Buena la ha hecho nuestro amo, dejándonos aquí, con el frío que hace debería habernos llevado al corral de su casa, donde se estará más calentito - murmuró el buey.
La mula asentía con la cabeza y sus ojos tristes miraban fijamente al buey.
- Parece que esta noche va a ser una de las más frías y nosotros casi a la intemperie, con estos tejados medio derruidos, por los que entra la nieve que nos dejará helados – contestó la mula.
Los dos animales después de comentar sus desdichas, comieron algo de paja que aún quedaba en el pesebre y comenzaron a cerrar los ojos. Un sueño inesperado empezó a embargarles.
Transcurrido un tiempo, cuando la noche inundaba toda la cuadra, una potente luz, inundó de pronto, todo el lugar. Asombrados los animales, despertaron de su letargo y se miraron inquietos.
El buey fue el primero en hablar:
- ¿Qué ha sido eso? – preguntó asombrado a su compañera.
La mula, asustada no pudo contestar. Aquél resplandor era inexplicable.
De pronto, en el marco de la puerta, se recortó la figura de un menudo borriquillo, que iba guiado por un hombre mayor, de larga barba y vestido muy humildemente. Encima del borrico, una joven mujer, en avanzado estado de gestación, se sujetaba para no caerse. Los dos animales, asombrados por tal aparición, quedaron paralizados. El hombre ayudó a apearse a la joven y ésta, con dificultad, se recostó sobre el pesebre. El borrico se quedó en la puerta de la cuadra, como si esperara un acontecimiento.
La pareja se acomodó, lo mejor que pudo en el suelo cubierto de paja.
Según transcurría la noche, los suspiros de la joven eran más fuertes. De pronto la luz se hizo mucho más intensa y pareció como si el sol entrara directamente en la cuadra. Los tres animales se miraron sorprendidos y al poco tiempo escucharon los llantos de un niño. Al momento, se dieron cuenta que la mujer había alumbrado una criatura, de la que emanaban deslumbrantes rayos.
El borriquillo miraba embelesado lo que pasaba, pensando que él había sido protagonista de algo extraordinario. Volviendo su cabeza hizo intención de salir, cuando la voz del buey interrumpió su marcha.
- ¿Qué haces? ¿No pensarás marcharte con el frío que hace?.- La mula asentía moviendo su cabeza.
- Yo ya cumplí mi misión, ahora vosotros sois los protagonistas y se hablará de vosotros por los siglos de los siglos. Sin embargo, de mí, un humilde y viejo borrico, nadie se acordará – el animalito se dirigió a la puerta y miró, por última vez, al recién nacido. Hasta le pareció que éste le sonreía.
Salió a la fría noche y blancos copos se enredaron en sus pelos. Observó como hacia la cuadra, se iban acercando humildes pastores, que en silencio miraban al Niño. Continuó su camino siguiendo el resplandor de la estela de una estrella, más brillante que las demás. Llevaba un camino recorrido y ya la nieve cubría su cuerpo, cuando sintió que sus patas se elevaban del suelo. No sabía que ocurría, estaba tiritando de frío y al momento, una templaza se apoderó de su cuerpo. Suaves manos le elevaban, cada vez más arriba hasta depositarle en una nube. Desde allí, dominaba todo el terreno bajo sus patas y pudo ver como un resplandor salía de la cuadra e iluminaba toda la tierra de alrededor. Los pastores con sus rebaños seguían en la puerta y en la lejanía contempló una lujosa caravana, que sobre camellos se acercaban al Niño recién nacido.
Sonrió el burrito y pensó que en su viaje debía haber llevado a gente importante. Volvió a sentir las manos que, de nuevo, le elevaron por encima de las nubes y una solemne voz, le decía:

“Ellos, serán siempre recordados, pero tú vivirás a mi lado toda la Eternidad”

Andrés Tello – Diciembre 2010
Quise saciar mi sed
en tu pozo de agua cristalina.
Pedí que un rayo de tu luz
alumbrara mi vida.
Soñé una noche de amor
con suaves melodías.
Mis manos acariciando
las líneas de tu cuerpo.
Deseé que no hubiera
un mañana.
A través de los cristales
alumbró un nuevo día
Quise seguir soñando
y el sol, ese intruso,
osado y atrevido,
despertó mi corazón dormido.
No calmé mi sed,
ni se alumbró mi vida,
tampoco escuché suaves melodías,
tu cuerpo no acariciaron mis manos,
esperé que llegara la noche.
De nuevo volveré a soñar.

Andrés Tello
Diciembre 2010